PALOS QUE NUNCA VOLVERÁN A NAVEGAR

Publicado por pipesar | Categoría Sin Categoría | Fecha 22-01-2011

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PALOS QUE NUNCA VOLVERÁN A NAVEGARÁN

Un tarde soleada, en la que el calor te aplastaba contra el empedrado de la calle, caminaba con un amigo por San Roque, Cádiz, mientras me contaba que, junto a su casa, construida en la primera parte del siglo XIX, en un solar que acababa de quedar al descubierto tras derribar una vieja vivienda, habían aparecido dos troncos enormes. Él pensaba, me dijo, que podía tratarse de antiguos palos de velero. Y allí nos fuimos raudos con esa emoción que me entra cuando alguien nombra cualquier viejo objeto náutico. Apartados sobre la acera y cubiertos aún por el moho, enseguida distinguí la inconfundible forma de unos antiguos palos de velero; las muescas talladas para su encastre en el tintero, o las claras señales de haber estado sujetos por la fogonadura de alguna goleta eran evidentes.
Días después, volví al lugar temprano, para que los ruidos de la ciudad, aún dormida, no me impidiesen recrearme en aquellos objetos náuticos. Con la imaginación, el mejor utensilio que poseo  para llegar con rapidez hasta donde pretendo sin ser perturbado por la estúpida realidad, traté de construir la nave que había utilizado esos trozos de madera para impulsarse, para llegar, como yo lo hacía en mi fantasía, hasta aquellos mares lejanos en los que, lejos ya de los dictados obligados, sentiría tan sólo la brisa templada por los vientos alisios.
Un motor sonó cercano, pero a mí, imbuido en la construcción de aquella nave imaginaria, me pareció ya el leve trepidar de su roda al romper las aguas. Pasé la mano sobre la clara huella que había dejado un motón y por las pronunciadas marcas de los cabos grabadas en la piel marinera de esos objetos que, después de haber servido fielmente y durante muchos años al barco en el que estuvieron colocados, habían mantenido la primera planta de una casa señorial del casco antiguo de la Ciudad durante otros ciento cincuenta años más, sin que sus propietarios, seguramente, hubiesen advertido que, a diario, caminaban sobre los restos de un emisario de viajes lejanos, de paisajes exóticos, de pedazos de intangible imaginación; incluso, de sueños. Mis ojos se pasearon por las casas circundantes preguntándome cuántas de ellas encerrarían en sus entrañas los restos de otros viejos veleros desguazados sin piedad por la llegada del hierro y el vapor. También me pregunté si las vidas de aquellas gentes habrían sido diferentes por el sólo hecho de haber sido soportadas por vigas tan importantes. Otro coche pasó muy cerca de mí sacándome de mis cavilaciones, y, de golpe, me hizo volver a la realidad. A esa dura realidad que apenas soporto muchos días, en la que parece que nadie quiere advertir que siempre caminamos sobre el pasado de alguien, sobre el presente de los demás y para hacer un futuro mejor del que nos dejaron a nosotros. Que nuestra vida, al igual que esa casa sustentada por viejos y robustos palos de velero, se sujeta en la historia escrita por los que vivieron antes. Sin que al parecer importe demasiado como se utilizará todo aquello que vamos dejando atrás.
La arqueología marinera no yace sólo debajo de las aguas de los mares del mundo. Al menos en San Roque se pasea por tierra para servir de sostén a pisos y tejados, al igual que nosotros tratamos de soportarnos destruyendo cuanto de bueno y positivo encontramos en los demás, quizás por ese ancestral miedo a terminar abandonados como los palos de ese velero, lejos del mundo de la imaginación y de los sueños, único camino que nos conducirá a escapar de las ataduras con las que pretenden sujetarnos a un destino tan bobo y miserable, como el de esos antes altivos palos levantados al viento de los mares. La sociedad nunca ha permitido que la  imaginación y las ganas de aventura volasen en total libertad lejos de sus dictados; y al que osó  hacerlo, lo convirtieron en palo de velero sin barco, en utensilio de decoración, en arcaico recuerdo.

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