Publicado por pipesar | Categoría Pipe Sarmiento | Fecha 04-04-2011

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JOHN F. KENNEDY Y LA MAR

El recordado Presidente norteamericano fue un apasionado de la mar, hasta el extremo de que, los que navegaron con él, le tenían por un experto marino. El verano de 1932, cuando contaba quince años, recibió lo que siempre consideró el mejor regalo de su vida, un soberbio Wianno Senior, velero de 25 pies, al que puso el nombre de Victura, posiblemente, porque su sonido evocaba a victoria. Sin embargo, la mayor habilidad de John Kennedy cuando participaba en regatas era hacer lo contrario que los otros, arriesgarse, buscar el viento en lugares casi imposibles; de forma parecida le describe su eterno rival náutico de juventud Jock Kiley. Visionario y creativo en la mar, la navegación era una disciplina familiar impuesta por su padre como una parte más de su educación. El patriarca de los Kennedy sostenía que la mar y las regatas inculcaban resistencia al sufrimiento, tenacidad y capacidad de decisión; y, desde luego, no le faltaba razón.

En la casa familiar de Cabo Cod, junto a Hyannis Port, la familia pasaba los meses de verano nadando y navegando como parte de sus tareas. A los trece años, embarcado con su hermana Kathleen en un pequeño velero, se vieron envueltos en una niebla muy densa que generó gran revuelo y alarma. Sin embargo, cuando comenzaba su búsqueda, entre la niebla apareció la silueta del barquito con un sonriente John a la caña.

-Lo tengo todo controlado -dijo con solo 13 años, demostrando la frialdad y las condiciones marineras de quien, años después, siendo Presidente de los Estados Unidos,
tendría que hacer frente a una de las mayores crisis armamentísticas del mundo, la de los misiles cubanos.

Pero serían los años pasados en la universidad de Harvard los más exitosos desde el punto de visto deportivo, pues batió con su Star a dos futuros ganadores de la Copa de América: Bus Mosbacher, campeón en 1962 con Weatherly, y Bob Bavier, que llevó la caña del Constellation. John ganaría con su Star Flash tres ediciones de la Atlantic Coast; las ediciones de 1934 a 1936. Luego se llevaría la Nantucket Star y otra famosa prueba para embarcaciones olímpicas, la Mac Millan Cup.

Pero el nombramiento de su padre como embajador de los Estados Unidos en Londres acabó con su incipiente carrera de regatista. En 1941, tras el bombardeo de Hawai, se alistó en la US NAVY, participando en primera línea en la guerra contra Japón a bordo del torpedero PT 109. La noche del 2 de agosto de 1942, patrullando cerca de las islas Salomón, fueron embestidos por un crucero japonés, dejando como resultado dos muertos y once heridos. Durante una larga noche, los sobrevivientes permanecieron sujetos al casco volcado. Cuando amaneció, John nadó más de tres millas arrastrando a  uno de sus compañeros hasta un pequeño saliente de coral. Descansó unos minutos, y nadó de nuevo otras tres millas para alcanzar una playa en la que había cocoteros y agua. Allí vivirían una semana hasta que fueron rescatados.  Se le condecoró en varias ocasiones, pero esta hazaña se convertiría en uno de los hechos más sobresalientes en la vida del joven senador de Massachusetts.

En su actividad política la vela se convirtió en su refugio predilecto. En su barco Victura conocería a su mujer, Jacqueline Bouvier. Joh Kennedy fue un navegante de día, pues a penas tuvo tiempo de hacer largas navegaciones. Contaba su hermano Ted que, un fin de semana de los años cincuenta, le esperaba en el pantalán para participar en una regata.
-John tenía que dar por la mañana una conferencia en Boston, pero me había prometido que llegaría a tiempo para tomar la salida. Cuando apenas faltaban unos minutos, apareció corriendo con traje y corbata. Se subió de esa guisa al velero, tomó el timón entre las manos, y gritó:

-Iza la mayor, que llegamos tarde -como si yo tuviera la culpa del retraso.

Un año antes de convertirse en Presidente de los Estados Unidos, en una visita a la Academia naval de Annapolis, se enamoró de una goleta de 21 metros de nombre Alden. La compró, y, en ese barco, pasaría muchas horas con la actriz Marilyn Monroe. En 1961, siendo ya primer mandatario norteamericano, disfrutaría del yate de motor del Gobierno: una embarcación de 91 pies de eslora a la que cambió de nombre por Honey Fitz, que era el apodo de su abuelo. Y llenaría la Casa Blanca, aún lo está, de cuadros de veleros y maravillosas maquetas construidas por los mejores artesanos. También pidió a la Armada que pusieran a su disposición un velero: escogió el Manitou, perteneciente a los Guardacostas. De planos de Olin Stephens, construido en 1937, lo llamaban la Casa Blanca Flotante, dado el gran número de sistemas de seguridad y comunicaciones que llevaba instalados.

En la recepción que dio en Newport durante la celebración de la Copa de América de 1962, el Presidente dijo:

“A menudo me pregunto por que amamos tanto la mar. Yo creo que, sin duda es, porque venimos de ella. Es un hecho biológico. En nuestra sangre y en nuestro cuerpo tenemos los mismos porcentajes de sal que tienen los océanos. Por eso los humanos siempre estamos unidos a los mares. Y cada vez que regresamos a la mar, se trate de navegar o, simplemente,  para contemplarla, regresamos a nuestros orígenes”.

Palabras de uno de los más carismáticos líderes de los Estados Unidos. Político excepcional, y marino de corazón.

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