Publicado por pipesar | Categoría Pipe Sarmiento | Fecha 22-02-2011

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ALBER EINSTEIN Y LA VELA

Poca gente sabe de la pasión que el Genio universal sentía por la navegación. Hasta el extremo de que pasaba cientos de horas surcando las aguas en solitario a bordo de los diferentes barcos que tuvo.  Pero todavía es menos conocido que sin su teoría de la relatividad hoy no existiría la navegación con GPS. Su excepcional trabajo describe cómo se mueven los objetos y cómo les afectan las fuerzas que actúan sobre ellos. Desarrollado tras su muerte, los físicos y matemáticos lograron establecer los complicados y mágicos parámetros que hacen que, con tan solo el movimiento de un dedo, sepamos, con una precisión de metros, en qué parte del mundo estamos.
Sobre la vida marinera del físico alemán hay muchas anécdotas, pero quizás una de las más divertidas sea esta: contaba Hans Albert Einstein, su hijo, que su padre había invitado a Madame Curie a navegar en su velero Tümmler por el lago Leman, en Suiza; hacía una tarde estupenda y el viento apenas pasaba de los diez nudos. Sin embargo, y como en los lagos de montaña las condiciones atmosféricas cambian de forma vertiginosa, una incipiente tormenta de verano cayó sobre ellos. La sabia gala, nerviosa y posiblemente con la intención de tranquilizarse ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, dijo:
-No sabía que usted fuese un experto marino.
A lo que Einstein respondió de forma escueta:
-Yo tampoco.
-No, lo digo porque si el barco volcase, yo no sé nadar.
Einstein, sin dejar de mirar hacia proa y sosteniendo con firmeza el timón entre sus manos, le respondió.
-Pues yo tampoco, querida señora.
Y, aunque era verdad que no sabía nadar, conocía mejor que nadie los cambios de humor de los lagos, pues había aprendido a navegar en ellos a los dieciocho años, cuando estudiaba en la Escuela Politécnica de Zurich. Fue precisamente en esa época cuando descubrió su pasión por la vela; una afición que jamás abandonaría. Einstein era un perfeccionista del trimado de las velas, y mantenía como principio que cualquiera que embarcase con él tenía derecho a equivocarse en las maniobras dos veces; a la tercera, estallaba y se ponía de mal humor. Decía que el hombre debe aprender de sus errores, y que quien no lo hace, es un perfecto idiota, y por lo tanto no era digno de navegar con él.
Su barco más querido fue el Tümmler, un precioso velero de siete metros de eslora construido en los astilleros Berkholz de Gärsch, con planos del arquitecto naval Adolf Harms. Podía dar veinte metros cuadrados de velas al viento, y acercarse a la costa hasta lugares donde solo había cuarenta centímetros de agua gracias a su quilla abatible. Iba equipado de un motor de dos cilindros que, según él, sonaba como una máquina de coser. El velero fue un regalo de sus amigos al cumplir los cincuenta. Sin embargo, solo pudo disfrutarlo cuatro años, hasta que los nazis se lo confiscaron por su condición de judío cuando Hitler llegó al poder. En una carta que escribió a un amigo, aseguraba que era el objeto más preciado que había dejado en Alemania.
Ya en los Estados Unidos, donde viviría el resto de su vida, compró otro velero de diecisiete pies al que le puso el nombre hebreo de Tineff . Hacía singladuras por los lagos Carnegie y Saranac, ubicados cerca de Rhode Islan en la costa Este norteamericana, sobre todo en primavera y verano.
En 1944,  navegando con unos amigos por el lago Saranac, se empotró en un arrecife. El velerito volcó, y como no sabía nadar, estuvo apunto de morir ahogado enganchado entre la botavara y la vela mayor. Por fortuna,  un barco de motor les vio y acudió en su auxilio. En 1953 su compañera Johanna Fantova declararía a un diario:
-Albert no está demasiado bien de salud, pero continúa abandonándose a su gran placer: la vela. Jamás le veo más contento y de mejor humor que cuando está en su velero, a pesar de ser un barco increíblemente primitivo.
Durante toda su vida Einstein no dejó de repetir que practicaba el deporte de la vela porque era con el que debía hacer menor esfuerzo en comparación con el enorme placer que obtenía.
La filosofía vital del genio no se separa de la de muchos navegantes. En una carta al escritor y filósofo Bertrand Russell, escribió:
-No lamento vivir al margen de la comprensión y simpatía de otros. Estoy seguro de perder algo en ello, pero me compensa mi independencia de las costumbres, opiniones y prejuicios de los demás, y no siento la tentación de abandonar mi paz espiritual por unos fundamentos tan quebradizos.
Yo, lo suscribo en su totalidad.
Lorenzo -Pipe- Sarmiento de Dueñas

Publicado por pipesar | Categoría Pipe Sarmiento | Fecha 07-02-2011

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SALTILLO, BARCO DE REYES

Cuando en 1932 un tal Mr Lawrie encargó la construcción de un velero de acero de 72 pies a los astilleros holandeses De Bries, nadie pudo imaginar que ese barco formaría parte de la historia de España. Botado inicialmente como Leander en el Reino Unido, en 1934 fue adquirido por el industrial vasco Pedro Galíndez, que le cambió de nombre, colocándole en su fina popa Saltillo, al igual que la placa de hierro forjado que lucía en su fantástica villa de Portugalete, muy cerca de Bilbao.
Como el barco había sido la vivienda habitual del señor Lawrie, varado en una campa junto a unos astilleros del sur de Inglaterra, nunca fue terminado. Galíndez encargó su conclusión al prestigioso astillero Camper y Nicholson. Una vez finalizado, lo llevó navegando hasta Bilbao, donde recibió el gallardete del Real Sporting Club, integrado hoy en el Real Club Marítimo del Abra de Getxo.

La primera vez que el Saltillo llevó a bordo a un miembro de la Familia Real Española fue en el verano de 1948, durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Londres. Junto a D. Juan de Borbón, padre del Rey, viajaba su hermano el Duque de Segovia, además de Galíndez y otros ilustres invitados. El 24 de agosto de ese año, el Saltillo realizaría una escala misteriosa a cinco millas al norte de San Sebastián para encontrarse con el yate Azor del General Franco. Por espacio de una hora, el militar se entrevistó con D. Juan, tratando, entre otros temas, de la educación del entonces Infante D. Juan Carlos, que por entonces contaba con 10 años de edad.

Desde 1948 a 1952, todos los meses de junio el Saltillo zarpaba de Bilbao con rumbo a Portugal, provisto de una tripulación compuesta por un capitán y cuatro marineros de Bermeo. Pedro Galíndez lo cedía a D. Juan para que lo disfrutase con su familia. Bajo la experta mano del Padre del Rey, el velero navegó por Argelia, Túnez, Italia y Francia. En él pasaría los veranos Nuestro Rey y sus hermanos. Cuando concluía la época estival, el Saltillo desembarcaba a sus invitados y regresaba a Bilbao, donde se realizaba su mantenimiento durante los meses de invierno.

En el año 1953 el Saltillo navegó hasta Inglaterra para que D. Juan asistiese a la coronación de la Reina Isabel II. En este barco, el Rey conocería a la que habría de ser su esposa, la Princesa Dª Sofía de Grecia: ocurrió durante un crucero que ambas Familias Reales realizaron por las Islas Griegas en el verano de 1954. Cuatro años después, el Saltillo cruzaría el Atlántico gobernado por una tripulación formada por D. Juan de Borbón, el Almirante Británico Lord Ratsey y el Duque de Alburquerque entre otros, llegando sin novedad al puerto de Nueva York, tras pasar, según contaron, tres estupendas semanas de mar.

En la primavera de 1962 el velero emprendió nueva travesía a Grecia para que D. Juan de Borbón asistiese a la boda de Nuestro Rey con Dª Sofía de Grecia. En la cámara principal del buque todavía se conserva una metopa conmemorativa del enlace Real.

A comienzos de 1963 D. Juan encargó su nuevo barco Giralda en Dinamarca, con el que navegó hasta sus últimos días. Se cuenta la anécdota de que, una vez terminado, y al hacer escala en Bilbao, prefirió dormir en el Saltillo, debido, según dijo:

-“A los gratos recuerdos que le traía ese espléndido velero”.

En 1968 la familia Galíndez decidió regalarlo a la Escuela Náutica de Portugalete para que sus alumnos hiciesen prácticas. Durante dieciocho años el Saltillo fue mandado por expertos capitanes mercantes, hasta que, tuvo la fortuna, de caer en manos de mi amigo Fernando Cayuela, titulado superior de la Marina Mercante y Director de dicha Escuela.

Cuando en 1987 le realizaban la varada anual, advirtieron el deterioro que presentaban diferentes partes del caso. Y como no había presupuesto para su total reparación, se le pusieron unos parches, pero quedó fondeado junto a la Escuela. A partir de ahí, comenzarían las más duras navegaciones emprendidas tanto por Calluela como por el Saltillo: la navegación burocrática, y la sempiterna indiferencia de las instituciones para con los temas de la mar.

Al menos lo pusieron en seco para que los males no se agravasen. Desmontaron sus interiores con la ayuda de un grupo de entusiastas, robando tiempo al descanso y a la familia. Más tarde, Fernando constituyó la Asociación de Amigos del Saltillo, en la que pusieron dinero alumnos y profesores, así como diferentes personas que habían tenido relación con el barco. Durante ocho años, y hasta que la Escuela Náutica de Portugalete pasó a formar parte de la Universidad del País Vasco, Calluela luchó para que el histórico velero no fuera a parar a la chatarra, como por otra parte ha sucedido con la mayor parte de los barcos históricos de nuestro país.

En junio de 1995 comenzaron los primeros trabajos. Y, el 4 de junio del año siguiente, cuando Nuestro Rey visitaba las obras del Puerto de Bilbao, Fernando le mostró las fotografías de la restauración, quedando el Monarca complacido con su estado. El 11 de mayo de 1998, tres años después, el Saltillo logró regresar al agua.

El 23 de julio de 1999 los Reyes de España embarcaron de nuevo en el histórico velero, que conserva una similitud extraordinaria con su estado original. Y fue un acto emocionante, según dijeron, pues, a fin de cuentas, se trataba del soberbio y romántico barco en el que se habían conocido en Grecia cuando todavía eran unos adolescentes. Aseguraron que fue uno de los momentos más emocionantes de sus vidas. Y el Rey aseguró:

-“Está tal como lo recordaba”.

La íntima satisfacción que todavía hoy, y para el resto de su existencia, le debe quedar a mi amigo Fernando Cayuela, actual Director de la Escuela Superior de Estudios Náuticos del País Vasco, sólo puede compararse con el tremendo esfuerzo que tuvo que realizar para aunar tantas voluntades y conseguir la financiación necesaria para su restauración, en una tierra de histórica tradición marinera. Que el Saltillo siga navegando es, quizás, una de las últimas conquistas marítimas de nuestro país.